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Las piedras, las protagonistas más inesperadas de la literatura infantil

Tras años de unicornios, animales o magia, la Feria de Bolonia dedicada a libros para la niñez y la juventud, la más importante del sector, acoge en su 62ª edición un encuentro para buscar explicaciones a una tendencia sorprendente

Asistentes a la Feria del libro infantil de Bolonia (Italia), este lunes.
Tommaso Koch

Los libros infantiles sueñan en grande, igual que sus lectores. Pedalean hasta el espacio o construyen veleros con una rama rota. Todo es posible, y Grazia Gotti lo sabe bien. Sin embargo, lo que estaba viendo le resultaba muy raro. La Academia Drosselmeier, que se fundó para el estudio de la literatura para los más pequeños, ejerce como jurado para los premios de la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia, la más importante del sector. Pero entre las 4.000 obras de medio planeta que recibieron, algo le fascinó más que la calidad. Lo mismo, por otro lado, que le había chocado a su colaboradora. Cuando comentaron la lista, se dirigieron una pregunta idéntica:

—¿Has visto cuántas piedras?

Nada de colosales criaturas, océanos inmensos o trepidantes aventuras. Entre infinitas posibilidades, se repetía un objeto cotidianísimo, inanimado, hasta inútil. La fría roca, reina de la literatura más cálida. ¿Por qué? Fue lo que planteaba un encuentro que Gotti coordinó ayer lunes en la feria de Bolonia, que se celebra hasta el jueves. “Es la antítesis del móvil. Una herramienta que puede hacerlo todo frente a algo que no hace absolutamente nada”, fue una de las respuestas esgrimidas. Se habló de la sencillez, la imaginación, las opciones de juego o la universalidad que dan las piedras. Pero, sobre todo, la charla sirvió para recordar lo más básico: es imposible descifrar del todo la infancia. Y menos sin preguntarle: el evento prohíbe la entrada a los menores de 18 años, por su enfoque comercial. Desde hace 62 ediciones miles de adultos se reúnen para intentar entender a niños y adolescentes. Y hacerlos felices, para alegrar también sus propias cuentas.

Asistentes a la Feria del libro infantil de Bolonia (Italia), este lunes.

“Hay argumentos que se vuelven frecuentes. El año pasado se habló mucho de las setas. Hubo ediciones donde todo eran conejos, o zorros. El tema del nacimiento también ha estado muy presente en los candidatos a nuestros premios, igual que el asombro, el estupor de hasta qué punto un bebé puede arrollar en todos los sentidos a las familias”, asegura Elena Pasoli, directora de la feria. Al fin y al cabo, se juntan 1.577 expositores, de 90 países y regiones del mundo —la cifra más alta de su historia, en constante crecimiento— y cada uno trae a Bolonia sus raíces, ocurrencias y, por supuesto, su deseo de negocios. Así, de la chistera siempre salen tendencias previsibles, actuales, y otras inesperadas incluso para los profesionales del sector. Como las piedras.

Tanto que Lulu Kirschenbaum, del sello Limonero, al principio se ríe: “Casi nunca tengo explicaciones”. Y eso que acaba de contribuir a la pasión rocosa: ha publicado en castellano ¡Hola, piedra! (de Giuseppe Caliceti, ilustrado por Noemi Vola). “Colocan muy cerquita de uno lo imperecedero. Están ahí antes de la vida y siguen después”, insinúa la editora. A Hänsel y Gretel les garantizaron encontrar el camino hacia casa. Obélix adora llevarlas a cuestas y arrojárselas a los romanos. Gotti leyó “200.000 veces” a su hijo la historia de aquel niño que perdía su piedrecilla en Bonting, de Shirley Hughes. Puede que el motivo del interés sea tan sencillo como el que se lee en When you Find the Right Rock, de Mary Lyn Ray y Felicita Sal: “Difícil ignorar una piedra”. Quizás, en realidad, buscar explicaciones sea una obsesión baladí de los adultos. Los niños no se harían tantas preguntas. Ni, desde luego, las rocas.

Doble página de 'Piedra a piedra', de Isidro Ferrer, editado por Abuenpaso.

Pero la feria necesita interrogarse cada año sobre los últimos fenómenos. En 2023, el tirón de los unicornios dejó estupefactos a unos cuantos editores. Dos años después, ya no cabalgan por toda la feria, pero unos cuantos estands sí conservan varios caballitos de papel. Aunque los animales reales también muestran fortaleza un año tras otro. Apenas hay pequeños que no se emocionen ante osos, gallinas o delfines. Y ahí están los cientos de mostradores de Bolonia para reflejarlo en los libros. Incluso en la pared que la editorial La coccinella había dejado blanca, en su estand, con rotuladores a disposición de los transeúntes más creativos, ahora lucen lobos trajeados, ballenas risueñas o gatos con bufanda. Tal vez todo —rocas incluidas— tenga que ver con el ecologismo, pilar de una feria dedicada este año a la sostenibilidad.

Isidro Ferrer, autor de Piedra a piedra (Abuenpaso), tampoco encuentra respuestas definitivas a la última moda. Cuando le encargaron un libro sobre manualidades, simplemente se acordó de la pasión que compartió en tantas excursiones con su hija. “Representa un eco de la infancia. Su componente tan esencial propicia que las colecciones o las lleves encima. Y ofrece un elemento mágico. Puede ser cualquier otra cosa, en las manos de un niño es un tesoro, se convierte en todas las posibilidades”, relataba hace unos días el autor por teléfono.

Asistentes a la Feria del libro infantil de Bolonia, este lunes.

A veces, la propia literatura infantil y juvenil inspira modas. Basta con ver la cantidad de talleres en colegios e imitaciones en las estanterías que generó el superventas El monstruo de colores (Flamboyant), de Anna Llenas. Otras, la industria corre a cubrir lo que parece interesar al mundo. Por pasión creativa y humana, seguramente. Pero también porque ahí está su mayor público: 75 de cada 100 jóvenes leen libros, 10 más que la media general de España (65,5%), según el barómetro de Hábitos de lectura y compra de libros 2024, de la Federación de Gremios de Editores de España y el Ministerio de Cultura. El aumento paulatino del tamaño de la feria de Bolonia, que hoy incorpora cine, series, podcasts o videojuegos, aporta otro indicio a una corriente que todos confirman: la literatura infantil y juvenil no para de crecer. Hasta en las crisis, por lo visto, las familias prefieren renunciar antes a sus libros adultos, con tal de que los niños sigan disfrutando y soñando con los suyos.

Bolonia destaca su relevancia: hay filas para comprar libros, para conseguir la firma de estrellas como Beatrice Alemanga o Chris Haughton o para escuchar una charla entre el escritor Daniel Pennac y el maestro del crucigrama italiano Stefano Bartezzaghi. Aunque los visitantes, a decir verdad, también se amontonan para comprar un gelato: al fin y al cabo, su trabajo es pensar como niños y adolescentes. Y los puestos de comida han aumentado de la mano del resto de la feria. Un evento sobre licenciar contenidos en Taiwán contaba ayer con una cuarentena de asistentes y, en cada una de las cientos de mesas de los distintos pabellones, se negociaban los iconos del futuro. Los del presente, mientras, demuestran su poderío: por los pasillos es posible encontrarse con Policán, tan silencioso como en los libros de Dav Pilkey, o con una gran reproducción de la casa de Bluey. Y mitos del pasado como Astérix, Sonic o los Pitufos en absoluto tienen intención de soltar la corona. Al revés, renuevan sus libros, cómics, muñecos o series para no sentir el paso de los años. Pippi Calzaslargas, de la que la feria celebra los 80 años desde su primera aparición, vende ahora más libros que nunca, según la compañía que gestiona el legado de la escritora Astrid Lindgren.

Detalle de la portada de '¡Hola, piedra!', de Giuseppe Caliceti, ilustrado por Noemi Vola, editado por Limonero.

Su rechazo al autoritarismo, muy actual tras la Segunda Guerra Mundial, vuelve a tener adeptos. Y resulta fácil imaginar por qué ayer podían verse hasta dos versiones ilustradas del himno partisano Bella ciao, junto con un libro para explicar a los niños la Resistencia italiana contra el nazifascismo. O por qué Gardinella y el Gran Viaje sigue año tras año en la librería principal de la feria. En Bolonia estalla la fantasía, pero la realidad nunca se ausenta. Que cada cual elija en cada categoría colocar el sinfín de Biblias e historias de Jesús ilustradas en un estand. “La literatura infantil no está solo hablando de temas cálidos, se aventura a explorar otros territorios. Está buscando no repetirse, nuevas maneras de hablar de ciertos temas”, sostiene Kirschenbaum. Con los años, se han multiplicado las protagonistas femeninas, o los libros sobre la aceptación de todas las identidades. Desde que comenzó la invasión rusa se levantó y mantuvo un estand dedicado a las ilustraciones ucranias y ayer una lectura de textos escritos por jóvenes gazatíes bajo las bombas puso en pie al público. “Si tuviera las manos muy largas, las mandaría hasta mi casa para recuperar la cama y dormir mejor. Acostarme en el suelo me ha partido la espalda”, decía uno de los relatos.

En esto, la feria refleja otra tendencia: respetar la inteligencia de la infancia, capaz de abordar cualquier asunto, sin miedo. Clementina ni se inmuta cuando su mascota empieza a devorar a diestro y siniestro en Los leones no comen croquetas. Ella solo obedeció las órdenes de máma y papá: prohibido traer a casa perros o gatos. Aunque Adonde vamos cuando morimos, de Samy Ramos, se antoja aún más atrevido: pretende explicarles a los pequeños un tema que nadie sabe gestionar. Entre las posibilidades que plantea están que nos mudemos a las nubes o nos convirtamos en nuestro animal preferido. Otro dilema sin respuesta. Salvo para las piedras: ellas, simplemente, siguen ahí.

Una mesa redonda en la feria.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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